sábado, agosto 13, 2016

La deuda del cuidado

Alba Carosio

Correo del Orinoco El Artículo 88 de nuestra Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV) garantiza la igualdad y la equidad en el trabajo a mujeres y hombres y reconoce el trabajo del hogar como actividad económica que crea valor agregado y produce riqueza y bienestar social. En los últimos años se ha acuñado el término “economía del cuidado” para referirse a los trabajos, bienes y servicios necesarios para la reproducción cotidiana de las personas. El cuidado refiere a actividades que permiten a las personas alimentarse, educarse, estar sanas y vivir en un hábitat propicio. Abarca el cuidado material que implica trabajo, el cuidado económico que implica costo y el cuidado psicológico que implica vínculo afectivo. Incluye la crianza, las tareas de cocina y limpieza, el mantenimiento general del hogar y el cuidado de las personas ancianas, enfermas o especiales. Cuidar de las personas es un proceso material y moral, que requiere bienes, servicios, trabajo y amor.

Nosotras realizamos cinco veces mas trabajo doméstico y de cuidado que los hombres. Cuando el cuidado doméstico es remunerado también son mujeres las que lo hacen. Las mujeres somos el 93% de las personas que realizan el trabajo doméstico remunerado en la región latinoamericana, un universo que suma 16,5 millones de mujeres y representa el 17% del empleo femenino. La amplia mayoría de ellas (77.5%) trabajan en condiciones de informalidad; es decir, sin ningún tipo de seguridad social ni prestaciones vacacionales ni días de descanso remunerados.

La división sexual del trabajo asignó a las mujeres la esfera del cuidado. La segregación ocupacional por sexos es la base principal del patriarcado, obliga a las mujeres a cuidar y des-responsabiliza a los hombres de la vida familiar. Este orden de cosas se ve como natural, y nadie exige a los varones de la familia, que realicen trabajo doméstico ni cuidados. Por ejemplo, cuando las parejas se disuelven, la responsabilidad por los hijos queda a las mujeres. En América Latina, los hogares con madres solas han ido en aumento, en Venezuela son 40% de los hogares. Preciso es señalar que estos hogares monomarentales son los mas proclives a la pobreza.

El doble rol de las mujeres, trabajadoras y cuidadoras, y su dedicación prioritaria a las tareas domésticas y de atención a los miembros de la familia, dificulta sus oportunidades de empleo. Sabemos que a las mujeres, sobre todo si están en edad reproductiva, les resulta mucho mas complicado conseguir empleo. La contradicción cuidado familiar y trabajo da lugar a una importante desventaja laboral en contra de las mujeres: se estima que 40% de las trabajadoras dejan su empleo para cuidar de hijos y otros familiares.

Desde los años 90 hasta ahora las mujeres en América Latina hemos aumentado en 30 puntos la participación en la fuerza de trabajo, actualmente la tasa laboral femenina es de 54%. Es un cambio imponente, radical, en un periodobreve, pero que no ha impulsado cambios en el modelo de familia, ni ha producido incorporación activa de los hombres al trabajo de cuidado. Tampoco los Estados han priorizado sistemas de cuidado que apoyen a las mujeres trabajadoras.

La gran mayoría de las trabajadoras latinoamericanas deben hacer magia para cumplir con sus tareas en la calle y en el hogar, recurrir a servicios privados para el cuidado de hijas e hijos menores, y grandes sacrificios de tiempo para atender a personas enfermas y otros dependientes.

Se requiere con urgencia políticas de cuidado que garanticen servicios públicos para cuidar de manera mas equitativa y corresponsable a niñas y niños, a personas mayores y a personas especiales en situación de dependencia. Necesitamos solidaridad social y justicia para sostener y cuidar la vida; no debe ser una tarea exclusivamente femenina. Se trata de que las trabajadoras tengan tranquilidad y energía para aumentar la productividad, en un contexto donde sus hijos y mayores estén atendidos y protegidos.

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